Pero hace apenas medio siglo, desde el boom del turismo de masas de los años 60 y 70, que el “bronzer idiot” (bronzearse como un tonto, según esta expresión francesa) reina en sus playas como en otras de España. Un placer pasivo sometido hoy a la fuerte competencia del atractivo cultural de la capital de la Costa del Sol.
Difícil por ejemplo desdeñar, ya que se impone en el ángulo de dos muelles del puerto de recreo, el
Centro Pompidou de Málaga, primer anexo fuera de Francia del célebre centro policultural parisino.
Parque subtropical entre la playa y el centro histórico
¿Y cómo resistirse a la llamada del centro histórico de la ciudad cuando apenas quince minutos a pie lo separan de la inevitable
playa de la Malagueta ? Sobre todo porque este paseo atraviesa el
parque de Málaga, un jardín subtropical que despliega un espectáculo encantador con flores y árboles de los cinco continentes.
En el centro se codean en un perímetro peatonal otros cinco antídotos contra el “bronzer idiot”:
- el
Museo Picasso (276 obras del maestro del cubismo, nacido en 1881 en Málaga);
- el
Museo Carmen Thyssen (285 obras, esencialmente de pintores españoles del siglo XIX);
- la
Catedral de la Encarnación, importante monumento del Renacimiento en Andalucía, edificado entre 1528 y 1782;
- el
Teatro Romano, utilizado durante 400 años después de su construcción en el siglo I antes de Cristo y reutilizado en la actualidad;
- La
Alcazaba, palacio fortaleza árabe del s. XI, residencia del gobernador musulmán de Málaga hasta 1487, año de la toma de la ciudad por los reyes católicos.
“Deporte” panorámico
Ir de un monumento visitable hacia otro puede incluso convertirse, en Málaga, en un deporte excitante.
Así, subir a flanco de colina en unos veinte o veinticinco minutos el sendero escarpado que asciende desde la Alcazaba hacia el
Castillo de Gibralfaro, punto culminante de Málaga, cortará la respiración a más de un turista.
Gozará a cambio de un panorama prodigioso y de una mejor percepción de los siete siglos de soberanía árabe en Andalucía. Volver abajo dura apenas diez minutos. Por tanto, mens sana in corpore sano, subida y bajada diarias sustituyen ventajosamente, para algunos, el jogging en la playa.
Malvados napoleónicos
El desarrollo de la artillería incitó a los dueños musulmanes de La Alcazaba a reforzar su protección construyendo, en el siglo XIV, este Castillo de Gibralfaro. Conectado a La Alcazaba, mantuvo una vocación militar hasta el comienzo del siglo XX.
Desde lo alto de sus murallas, en tiempo despejado, es posible percibir en el horizonte el estrecho de Gibraltar y montañas del Rif norteafricano.
Forzados en 1812 a abandonar Málaga, los invasores napoleónicos atrincherados en el Castillo de Gibralfaro bombardearon desde allí la ciudad y mutilaron la fortaleza con explosivos en su retirada.
Así, a pesar del Centro Pompidou, la divisa francesa “Libertad, Igualdad, Fraternidad” deja circunspecto todavía a más de un malagueño.
Una semana permite ver todo… y bronzearse
Más alejados del centro histórico, algunos otros antídotos contra el “bronzer idiot” quedan sin embargo alcanzables a pie si la canícula no le dirige hacia los buses o taxis, todos climatizados.
Citamos el
Museo Ruso de Málaga, primera filial europea del Museo Ruso de San Petesburgo, que ofrece especialmente una abundante pintura costumbrista del siglo XIX; un sorprendente
Museo del Automóvil, vecino del Museo Ruso, y el
Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, el museo más visitado de Andalucía.
Una semana de estancia en la capital de la Costa del Sol permite a la vez dos a tres horas de playa cotidianas, la visita de todos los monumentos y museos mencionados arriba y el shopping en la animada
calle Larios y las callejuelas de alrededor.
Así, se puede regresar bronzeado, pero con el espíritu más despierto.
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Málaga - Murallas de La Alcazaba dominando el Teatro Romano. (Foto Pilar Valero / LatinReporters.com) |
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